Qué me ha enseñado la vida

A más de un año de la primera cirugía estoy infinitamente agradecida de estar viva, y al mismo tiempo estoy aprendiendo a vivir con las secuelas en mi nueva realidad que son: temblores involuntarios, visión distorsionada y falta de equilibrio. Cada día trato de entender los movimientos involuntarios de mi cuerpo, sin que esto me haga sentir insegura al moverme o caminar. También he descubierto que cuando voy manejando o camino tramos largos y fijo la mirada al horizonte, en algunas ocasiones pierdo la dimensión de los objetos y me mareo por unos segundos, ya que el ojo izquierdo aun se queda pegado.

Resultado de lo vivido, podría decir que finalmente, a mis 48 años, estoy aprendiendo el real significado de la palabra "paciencia" y trato de hacerla mi aliada: hoy me vivo un día a la vez, entendiendo lo que mi cuerpo necesita. He dejado de hacer planes a futuro y prefiero ponerme metas cortas relacionadas con mi salud. La vida de manera abrupta me obligó a parar, pero ya no me peleo con ello, al contrario, agradezco que me forzara a detenerme. Hoy puedo ver cuánto lo necesitaba: estaba inmersa en una espiral de hacer, hacer, trabajar, trabajar, y sin darme cuenta perdí la capacidad de disfrutar de las cosas simples de la vida. Tenía años que no reparaba en ver las nubes y en el hospital pasé muchas tardes y horas contemplándolas y, como cuando era niña hacía mis propias historias.

La mayor parte de mi vida he vivido temas de control y confianza: no soportaba la idea de no tener el control de las cosas. En mi concepto me hacía parecer débil ante los demás, pero con todo lo que he vivido y sigo afrontando, pero sobre todo en el hospital, he tenido que rendirme a todo, mi mente, mi cuerpo y mis emociones –al principio más a fuerza y resignada que otra cosa– me dejé llevar, confiando en que todos estaban haciendo lo mejor por salvaguardar mi vida. Después he confiado en la sabiduría de mi cuerpo y lo que necesita para poco a poco irse reparando del tremendo trauma que recibí a consecuencia de las cirugías, tantas complicaciones y los medicamentos. Finalmente, estoy aprendiendo a confiar en el tiempo aunque muchas veces me frustre y me desespere, por seguir lidiando con temas de salud que no me permiten recuperarme como quisiera, sin embargo ha integrado de nueva cuenta mi mente al cuerpo y, contrariamente a lo que creía, no me hizo débil, ha despertado una fortaleza en mí hasta entonces desconocida.

Durante el último año he pasado por todos los estados de ánimo, caí y me deprimí hasta tocar fondo como jamás pensé; de hecho, aún sigo lidiando un poco con la depresión. Los primeros meses lloré como nunca lo había hecho en mi vida, hoy incluso hay días en que desde que me levanto no paró de llorar y ni siquiera hay una razón que lo detone… creo que es porque aún siento fragmentada mi alma. Afortunadamente a últimas fechas mis emociones se han tornado un poco más positivas. Hay días en los que me despierto muy feliz y agradecida de estar viva. Lo que todavía me cuesta trabajo, es asimilar cómo va a cambiar mi vida, aun no sé ¿cómo será?, porque debido a la pandemia casi no salgo de mi casa y no recibo visitas, no he podido interactuar como antes con las personas y en el trabajo, pero estoy enfocando mi energía en lo que sí puedo y seré capaz de hacer, en lugar de centrarme en las cosas que ya no podré.

No ha sido un proceso nada fácil. Hay días, que debido a mi falta de energía, no me ni quiero parar de la cama. Desde que estaba en el hospital y hasta hoy -el sueño es vital- para mí, en promedio duermo de 10 a 12 horas, y si por alguna razón paso mala noche, al día siguiente, la mano izquierda me tiembla más de lo normal, estoy torpe, se me caen las cosas o me tropiezo y tardo mucho en concentrarme para responder un simple correo. Tener una conversación por teléfono es un gran reto, lo mismo me pasa al estar sentada frente a la computadora, me siento verdaderamente exhausta por lo que cada 3 o 4 horas me recuesto 5 minutos, porque siento que me pesa la cabeza.

He descubierto que todo lo vivido me ha permitido conocer una nueva versión de mí. El intenso dolor físico me mostro una fortaleza hasta entonces desconocida para mí, cada mala noticia la he afrontado con mucha valentía, estoy aprendiendo a valorar mis cicatrices del alma y las físicas. Sé que sonará extraño, pero recientemente decidí seguir rapándome el pelo de la nuca y, si puedo usar el término, "sentir las marcas de mis victorias" (la cicatriz y el hoyo), como recordatorios en positivo de todo por lo que he pasado –lo bueno y lo malo–: la vida me cambio en un instante, pero para bien. Hoy tengo una visión renovada de mis prioridades, de mi familia, mis valores, los amigos y el trabajo, me doy cuenta que en ciertas situaciones reacciono completamente diferente como si fuera otra persona y estoy cierta que en cierto sentido soy otra persona y que si superé esto, puedo superar cualquier cosa en la vida.