Entradas y salidas al hospital
La tarde del 31 de octubre ingresé por tercera vez, ahora desde admisión. Me realizaron varios estudios para ver qué estaba pasando, pero lo primero era controlar la temperatura, la hipersensibilidad a la luz, los ruidos y los dolores de cabeza, así que regresé a los antibióticos para descartar cualquier infección y notaron que donde habían hecho la punción se formó un chipote.
Tres días después llegó el resultado de la biopsia: no había infección. Al parecer solo eran agua y gas acumulados entre el hueso del cráneo y la piel, y eso estaba provocando las temperaturas y los malestares, así que programaron la extracción el 4 de noviembre. Para guiarse realizarían un ultrasonido de cráneo para determinar con exactitud dónde estaba el agua, ya que no podían arriesgarse a tocar alguna terminación nerviosa.
Inexplicablemente, el chipote desapareció ya no había ni agua, ni gas en esa área .El doctor y la ultra sonidista no se lo explicaban; pero en su lugar, desafortunadamente, encontraron un quiste de agua, justamente detrás de cicatriz donde se salió el agua a presión. La fístula no cerró completamente, era algo mínimo, suponía el doctor, una o dos gotas al día, pero a consecuencia de ello, parte de esa agua se fue al cerebelo y la otra había formado este quiste de aproximadamente 7 cm, a la altura de las C1 y C2, y como aún había conexión mínima con el exterior, consideraban muy riesgoso realizar cualquier procedimiento, porque al conectar con la médula espinal, podrían provocarme un daño motriz o una infección. Cancelaron todo y me regresaron a la habitación.
En este punto ya no quería procesar nada, especialmente las malas noticias. Tristemente, se estaban convirtiendo en una cotidianidad en mi nueva realidad. Ya ni me cuestionaba cuándo iba a ser capaz de regresar a trabajar; más bien cuándo iba terminar este ciclo casa-hospital. Vivía en un efecto dominó de malas noticias que iniciaron un día después de la operación: no terminaba de procesar la cirugía cuando me dice que no se pudo sacar todo, luego el líquido, la punción lumbar, la segunda cirugía, el hoyo en la nuca, la posible tercera cirugía, el agua, el gas, y ahora el quiste y agua en el cerebelo…Cada vez que veía al doctor serio atravesar la puerta, pensaba:"¿Y ahora qué?".Llevaba casi tres meses así, incluso pasantes y enfermeras me decían que si ya le había agarrado cariño al hospital y por eso no me quería ir.
En la habitación, me explicó: "Lo que descubrimos en el ultrasonido es que tiene una micro fístula, así que es muy importante que siga usando la venda para ejercer la presión y ayudar a que cierre. El cuerpo, de manera natural y con el tiempo, va a absorber esa agua en el cerebelo y desaparecerá el quiste. Algo que ayuda es la terapia física, ya que a través de movimientos y ejercicios se genera una absorción de manera natural. Te voy a mandar medicina que reduce el líquido del cerebro esperando que con ello, la presión de la venda y las terapias cierre la fístula. Pero esto no es tan grave, no te preocupes". "¡Bueno menos mal, qué alivio, no doctor!", le dije.
Sin darme tregua, la mañana siguiente, la encargada de terapia física me evaluó para determinar la terapia adecuada a mi problemática, la cual comenzaría al siguiente día. En ese momento enfrenté de golpe mi nueva realidad y cuáles serían mis prioridades para los próximos meses, que por cierto no eran hacer crecer el negocio o viajar ¡no!. Era caminar e idealmente, sin irme de lado. ¡Sí!!!, caminar sin ayuda y trabajar en mi equilibro; como no tenía permitido pararme de la cama, no me había dado cuenta de lo débil que estaba y lo mucho que me iba de lado. La fisioterapeuta me explicó que, por cada semana que uno está en reposo absoluto, se pierde aproximadamente el 5 % del tono muscular, y para ese tiempo yo llevaba siete semanas en cama, lo que significaba que había perdido aproximadamente el 35 % del tono muscular.
Llame a mi terapia "Gymboree" y mi primer ejercicio consistió en sortear caminando y sin ayuda conos que se usan para marcar obstáculos colocados en línea recta a cierta distancia entre ellos. La fisioterapeuta me colocó un lazo alrededor de la cintura —por si me caía o perdía el equilibrio— y debía caminar rodeando los conos sin derribarlos. Tan pronto terminé la primera serie sin tirar ningún cono, una gran emoción se apoderó de mí. Si en otro momento de mi vida alguien me hubiera dicho que lo que acababa de hacer me iba a dar tal momento de felicidad y orgullo, me hubiera parecido estúpido, pero hoy haberlo logrado significaba todo para mí: era el primer escalón para recobrar mi autonomía. Como un bebé, estaba dando mis primeros pasos.
Había perdido completamente mi autonomía, desde el día uno era atendida por enfermeras, mi mamá y Yuko, quienes se encargaban de bañarme, ponerme el cómodo o llevarme al baño, sentarme, cambiarme la bata, darme de comer, ayudarme a lavar los dientes, cepillarme el cabello, ponerme crema…todo, absolutamente todo.
Invocando a todos los posibles dioses y al universo para que una vez que cruzara la puerta, no regresaría más, después de otros 10 días, el 9 de noviembre me dieron de alta por tercera ocasión, con un total de 51 días internada, 20 canalizaciones por sonda en manos, brazos, columna y once kilos menos. El total de dosis aplicadas únicamente en el hospital entre pastillas, inyecciones y suministros vía intravenoso fueron: 742 en 51 días, es decir 14.5 tomas por día, sin contar los días en casa donde tomaba en promedio de 6 a 10 pastillas por día, en un periodo de tan solo tres meses.