Tocando fondo en mis emociones– Devastada
Cuando llegué a mi casa me percibí como una extraña, sin monitores, ni agujas conectadas a mi cuerpo, ni la entrada de enfermeras cada dos horas, me sentía insegura. De una forma muy bizarra extrañaba esa atención y seguridad, sobre todo después de haber regresado al hospital con un hoyo en la cabeza.
Seguí usando la venda las 24 horas, para hacer presión y buscar que finalmente la fístula cerrará. El problema era que la presión que ejercía me ocasionaba fuertes dolores de cabeza y pérdida masiva de cabello. Estaba obsesionada con la infección y la cicatriz, por lo que todas las mañanas religiosamente le pedía a Yuko que me tomará una foto, para ver mi evolución y asegurarme de que no hubiera ningún absceso. Era la única manera en que podía ver la cicatriz que era bastante grande 11 cm y también note que el cuello ya no se veía hinchado.
En este punto empecé a vivir lo que llaman "efectos poscirugía" por la saturación de medicamentos. Se me adelgazaron las venas, que al parecer es muy normal, pero en mi caso la sonda del brazo se tapaba cada tres o cuatro días y me tenían que cambiar la aguja; así que para entonces —contando la primera vez en el hospital— llevaba más de quince canalizaciones, mis manos y brazos estaban llenos de piquetes y moretones. Mi semblante era pálido-amarillo por tanto antibiótico.
Como no podía pararme en el hospital y aunado a la falta de alimento, tuvieron un efecto adverso y perdí más tono muscular, estaba extremadamente débil y no podía caminar por mi propio pie. Yuko me auxiliaba en todo y mi energía era nula, pasaba la mayor parte del tiempo acostada escuchando música a un volumen muy bajo. Afortunadamente, ya toleraba un poco más el ruido, así que veía un poco de televisión. Tengo dos perras y desde que me operé no había podido verlas, pero mi mamá me las llevo al departamento para que estuvieran un rato conmigo.
Tenía hipo al menor cambio de temperatura, tomar agua o comer, al igual que gripas y temperaturas. El doctor me mandó un antigripal, pero después de unos días parecía no estar haciendo efecto, al contrario: me sentía peor cada día, porque regresó la hipersensibilidad a la luz, a los ruidos y los dolores en el cráneo.
El doctor me pidió una tomografía: debido a mi historial quería asegurarse de que todo estuviera bien. En el estudio salió que tenía un poco de agua y aire, pero consideraba que eran cambios postquirúrgicos. Lo que no le gustaba eran las temperaturas que no cedían y que los dolores de cabeza iban en aumento, así que me citó en el hospital únicamente para tomar una muestra del agua y descartar que fuera resultado de una nueva infección.
El 30 de octubre me presenté en Urgencias para una punción en la cabeza. El procedimiento era muy simple: extrajeron el líquido que se veía acumulado en la tomografía, justo en la cicatriz y lo mandaron al laboratorio. Me dijo que podía irme a casa y que en cuanto tuviera el resultado de la biopsia, me llamaría. Todo el día estuve relativamente estable con temperaturas y dolores, pero en la madrugada al levantarme para ir al baño, perdí la conciencia otra vez. A ciencia cierta, no sé cuánto tiempo estuve tirada en el piso, pero cuando desperté me habían regresado los temblores del cuerpo y la mano, y no podía ni sentarme en el excusado, por lo que me costó mucho trabajo incorporarme.
No supe cómo pero regresé a la cama. Estaba muy asustada y totalmente agotada, tenía mes y medio de no experimentar pérdidas de conciencia; evidentemente algo no estaba bien, parecía que estaba retrocediendo otra vez. ¡No podía ser posible!. Sentí como si estuviera entrando a un torbellino que me arrastraba sin control. Sin pensarlo, la mañana siguiente le escribí al doctor. Esta vez ¡Nunca¡ nunca! imaginé su respuesta, no lo vi venir: "Necesito que te internes otra vez; debemos hacerte otros estudios". Sus palabras fueron como un tiro de gracia, tenía que ser una broma. ¿En qué se había convertido mi vida? ¡Cuándo iba a despertar de esta pesadilla! No podía ni procesar que ese mismo día debía de regresar al hospital.
Desafortunadamente, no era la única que estaba desgastada y cansada de esas entradas y salidas al hospital. El desgaste físico y emocional que viven las personas que cuidan al enfermo, es tremendo. Desde afuera ven el dolor físico que experimenta la persona y la impotencia de no poder hacer nada, para aliviar el dolor de la persona que aman. Ellos viven su propia frustración, dolor, cansancio y angustia que pocas veces se les reconoce, porque todo se enfoca en la persona enferma.
Cuando le dije a Yuko que debía regresar al hospital, pude ver su cara de frustración y desconcierto, ninguna de las dos entendíamos que estaba pasando, llevábamos dos meses en esta dinámica, derrotadas sin decir una sola palabra comimos, preparo una maleta y fuimos de regreso al hospital. No fue hasta que me asignaron la habitación, que le hable a mi mamá, que se sentía igual que nosotras porque su respuesta fue "¡Quéé no puede ser! ¿Ahora qué?.