Caída al precipicio –Deprimida
El 16 de septiembre, después de 26 días en el hospital, dos cirugías de alto riesgo, dos punciones lumbares, diecisiete días inmovilizada, veinte días de dieta líquida, siete canalizaciones en los brazos y drogada-dormida la mayor parte del tiempo, dejé el hospital. Era incapaz de caminar o hacer nada por mi cuenta, el dolor extremo, el poco o nulo alimento, la pérdida de tono muscular y la cantidad de medicamentos habían hecho terribles estragos en mi cuerpo.
No sé si todas las personas que pasamos largos periodos en el hospital, donde además sabes que tu vida está en riesgo, experimentan lo mismo que yo, pero estaba desesperada por irme a casa, pero a la vez tenía miedo de que algo malo pudiera pasar y que no tuviera la asistencia inmediata.
Camino a casa paramos a comer mi mamá, Yuko, Paty una amiga y yo. Sé que fue imprudente, pero no habíamos comido y ya era tarde. Cuando estaba viendo el menú, empecé a ver en escala de grises en un principio y ya comiendo todo se fue a blancos (como se ven los filtros de animación).Me asusté muchísimo, no entendía qué estaba pasando, pensé que me iba a quedar ciega, dejé de comer y le pedí al chofer que me llevara al carro. Ya de camino con el movimiento del carro me pasó lo mismo: los rostros, edificios y coches los veía en escala de grises a blancos. Traté de tranquilizarme, cerré los ojos e hice el asiento para atrás. Ya en casa hasta después de un rato comencé a recuperar la visión en colores lentamente. Esa fue la primera señal para mí de que algo no estaba bien.
Ya sin todas las drogas los dolores en: cráneo, cabeza y la herida eran terribles: no era un dolor de cabeza común, era como si adentro del cráneo me estuvieran martillando y clavando agujas. Era muy desagradable y doloroso a la vez; también, al mínimo esfuerzo, me mareaba, me temblaba el cuerpo, en especial cada que iba al baño o trataba de pararme, y la mano izquierda me temblaba como si tuviera párkinson y solo paraba cuando me acostaba o cuando comía azúcar.
Tan solo tres o cuatro días de estar en casa, me empezaron a dar temperaturas de más de 38 grados por las noches y los puntos de la herida se pusieron rojos; el de hasta arriba se hinchó, parecía una infección, y la parte de atrás del cuello y cabeza estaban totalmente hinchados, a tal grado que parecía que no tenía cuello. Seguía con náuseas y, por alguna razón—supongo los medicamentos—, me cambió el gusto: toda la comida me sabía a metal. Los desmayos regresaron; caminar veinte pasos era una tarea titánica, me iba de lado aun con ayuda y ni pensar en caminar sola. Yuko me ayudaba para todo: comer, caminar, ir al baño, vestirme, bañarme.
Contrario a lo "esperado", en lugar de sentirme mejor, cada día estaba peor. Y en el punto de hasta arriba de la herida se me hizo un absceso muy grande que parecía ser agua. Tenía pánico de llamar al doctor, sabía que debía hacerlo, y Yuko me insistía que ¡Por favor! lo llamará, tenía miedo de que algo me pasará, ya que vivíamos solas, pero la sola de idea de regresar al hospital me aterraba, no habían pasado ni cinco días de que salí. ¡No podía ser posible! Me engañaba a mí misma tratándome de convencer que solo era una infección, y que una vez que me retiraran los puntos y saliera "la pus" todo iba a estar bien, no era necesario alarmar al doctor.
A tan solo diez días de haber salido del hospital, se me reventó el absceso de la herida. Coincidentemente, un día antes le había mandado fotos al doctor de cómo se veía la infección, le conté sobre las temperaturas.
Todos los que vivimos temas delicados de salud, sabemos que tendremos que enfrentar: la recuperación física y la emocional. Recién estaba descubriendo que los que nos sometemos a cirugías del cerebro libramos una tercera: la mental. No me habían dicho para no preocuparme que repetía las mismas cosas una y otra vez, no recordaba personas que fueron al hospital, tenía ausencias por largos periodos, pasaba horas viendo objetos con la mente en blanco. El origen era el mismo del porqué olvide masticar: al haber una manipulación del cerebelo, se pierden conexiones neurológicas y tardan tiempo en volver a crearse o reconectar; "Es normal", me decía el doctor. Seguro medicamente, pero para nadie es normal vivir en el limbo, repitiendo las mismas cosas, porque no era capaz de recordar que ya las había dicho diez veces y no entendía cómo pasaba el día tan rápido por mis ausencias.
Ver cómo me deterioraba y saber que no estaba en control de mí, me sumió en una profunda depresión de la que aun lucho por salir. Debía enfrentar que: físicamente, mi cuerpo experimentaba un profundo trauma a consecuencia de las dos operaciones y era incapaz de hacer nada, ni siquiera podía ir al baño por mi propio pie; me sentía inútil y sin energía. Emocionalmente, pasaba los días llorando, renegando de mi situación, maldije a todos a mí alrededor, me preguntaba qué había hecho para merecer tanto dolor físico… Recordaba lo que me había dicho el doctor que ya no iba a ser capaz de hacer y pensaba: "¿Ahora qué voy a hacer?¿Cómo va a ser mi vida ahora?¿Podré trabajar? ¿Qué voy a hacer con mi negocio?".
Cómo iba a afrontar estos cambios "esa nueva yo". Cuando todavía no enfrentaba el duelo por "La que fui". Súbitamente renuncie a muchas cosas que amaba hacer, y no sabía siquiera si iba a ser capaz de volver a hacer. Ninguna vida es perfecta, pero hasta antes de la operación ¡tenía planes, tenía vida!. Me gustaba mi vida y ahora todo eso había cambiado y debía ajustarme a una nueva realidad, ¡y todo por un maldito tumor!¡No era justo! ¡Yo no quería hacer cambios en mi vida!
La palabra "paciencia" francamente me tenía hasta la madre, todos me la decían y cada vez que lo mencionaban explotaba. ¿Acaso no había sido lo suficientemente paciente? Al estar inmovilizada, drogada, en dolor profundo por casi un mes, ¿qué tenían que enseñarme los demás?, si solo iban un rato al hospital, a decirme que no me moviera, y luego seguían con sus vidas, como si nada. ¡Qué Fácil! Lo que tenían que hacer era no opinar. Yo era la que había enfrentado mis victorias: dos cirugías de cerebro en menos de quince días.
Esos días recordé historias sobre personas que se habían recuperado milagrosamente de accidentes fatales o una enfermedad terminal. En todos había un común denominador: afirmaban que "la vida les había cambiado en un instante" y, aunque sus historias eran impactantes, la frase me resultaba un poco cursi y radical, no comprendía. "¿Cómo puede ser que la vida te cambie en un instante?¡Eso no sucede así!".
Ahora las circunstancias de la vida me estaban enseñando justo eso: efectivamente, la vida te cambia en un instante, lo impactante y frustrante es que ni cuenta te das, porque te arrastra y arrastra sin control hasta un punto donde no hay retorno. Para mí fue el día que me enteré que tenía el tumor en el cerebro: a partir de ese momento, mis días se convirtieron en visitas al doctor, estudios médicos, hospitales, ajustes al trabajo, parar mis planes, y en un abrir y cerrar de ojos terminé con dos operaciones, una salud visiblemente deteriorada, una infección en la herida y, mi futuro estaba lejos de ser prometedor y todo en menos de dos meses.