Sin entender aún qué pasa – Inconsciencia
El 22 de agosto ingresé al hospital. Yuko llegó una semana antes, para ayudarme con todas las cosas que tenía que dejar resueltas antes de la cirugía, y desde el momento que pisamos el hospital estuvo al pendiente de mí en todo momento, tanto en el hospital como en casa. Subimos al cuarto y me tomaron muestras de sangre, firmé todas las aceptaciones y me informaron los posibles estados físicos en los que podía quedar si algo no salía de acuerdo a lo planeado, no recuerdo todos pero algunos eran: quedar cuadripléjica, parapléjica, ciega, con daños neuronales, temblores en el cuerpo, incapacidad para hablar, capacidad motora limitada, entre otras. El procedimiento médico fue: Craneotomía suboccipital y recesión de la lesión con apertura en el cuarto ventrículo.
Mi mamá y algunos amigos llegaron poco antes de subirme al quirófano a las tres de la tarde, para desearme buena suerte y, por extraño que parezca, estuve tranquila, en ningún momento sentí angustia o miedo, más bien estaba ansiosa, ¡quería operarme ya!, terminar con todo y regresar a mi vida, mi trabajo, mis planes… ¡Qué ilusión! Era evidente que no tenía ni idea de lo que iba a pasar.
Desde el momento en que ingresé en el quirófano y las semanas posteriores solo hubo confusión: lo único que recuerdo es a la anestesióloga bromeando: "Va a ver que tengo la mano pesada y va a despertar en el País de las Maravillas". La operación duró aproximadamente cuatro horas (eso me dijeron), cuando desperté estaba en el pasillo de recuperación y alguien me preguntó, "¿Siente dolor? ¿Está bien? ¡Todo salió muy bien! La vamos a dejar aquí un momento y después la bajaremos a terapia intensiva". Estaba desorientada, no sabía si era el mismo día o si me habían inducido un coma, ya que cabía la posibilidad. Lo siguiente que recuerdo fue el sonido de las máquinas conectadas a mi alrededor, tenía la máscara de oxígeno y unas botas de compresión que me llegaban hasta las rodillas y daban masaje a las pantorrillas cada veinte segundos para estimular la circulación, la sonda de la orina y la sonda del brazo.
No recuerdo cuánto tiempo pasó cuando entró el doctor acompañado de otros doctores. "¿Cómo estás?". Con la mano le hice la señal de okey, porque no podía hablar por la máscara de oxígeno. "Todo salió muy bien, solo queremos confirmar algunas cosas. Mueve tus manos, los pies, con tu mano aprieta mi dedo", con una aguja me picaron los pies y las manos para asegurarse de que tuviera reflejos. "Sigue el movimiento de la pluma con tus ojos", algo comentó entre ellos, pero por la manera en que me veían y sonreían comprendí que todo estaba bien. "Todo está perfecto, pero te voy a dejar en terapia intensiva veinticuatro horas para monitorearte y, si todo sale bien, te bajamos a piso mañana".
Al poco tiempo entró mi mamá —se veía feliz—, me abrazó y me dijo que el doctor les acababa de informar que todo había salido muy bien; le sonreí y le hice la misma señal de okey. Yo también estaba feliz y aliviada de saber que era el mismo día, que me podía mover pero, sobre todo, saber que recordaba quién era. Había librado la batalla más difícil, ahora solo era cuestión de recuperarme. De forma extraordinaria no sentía tanto dolor, seguramente eran las drogas que me estaban suministrando; solo tenía mucha sed y ganas de volver el estómago.
La mañana siguiente, aun en terapia intensiva, me visitó el doctor: "Estás reaccionando muy bien, así que te vamos a bajar a piso más tarde. El tumor que te removimos como te había dicho es benigno, sin embargo, ya en la parte final de la operación, presentaste una baja en el pulso cardíaco, por lo que decidí parar la operación para salvaguardar tu vida, el punto es que no pudimos remover todo, se quedó la membrana, digamos, la piel que envolvía al tumor".
Sentí un hueco en el estómago, esa fue la primera de muchas desafortunadas noticias.
—¿Y eso qué significa?
—Bueno, significa que existe la posibilidad de que el tumor se vuelva a formar, tenemos que estar monitoreando, pero creo que no debes de preocuparte, ya que si nació y creció contigo, para que vuelva a crecer a ese tamaño, muy probablemente morirás antes, pero como te repito te tenemos que estar monitoreando, lo siento— respondió.
"La buena noticia es que te operamos justo a tiempo, porque el tumor ya estaba empujando las paredes para entrar al cerebro y como sabes estaba a punto de bloquear el paso del líquido cefalorraquídeo a la columna: si no hubiéramos operado en este momento, muy probablemente te hubieras quedado cuadripléjica en unos 3 o 4 meses, seguro alguien de allá arriba intercedió para que fuera en el momento perfecto", dijo sonriendo y salió de la habitación.
Una parte de mí estaba feliz de que las cosas se dieron en el tiempo perfecto, tal cual como lo dijo; creo que hubo una intervención divina que movió los hilos para que me operara, en el momento justo con lo cual acababa de salvar mi vida, pero no supe cómo tomar el hecho de que no pudieron remover la membrana, ¿eso qué significaba? Que a partir de ahora debía vivir con la idea de que el tumor se podría formar de nuevo en cualquier momento o no y eso se traduciría en más operaciones; ¡no, por favor, no! No sé si fue el susto pero vomité. Como no había comido nada era pura bilis.
Cuando comí por primera vez me di cuenta de que los dientes se me iban para un lado y la lengua para otro, me mordí varias veces hasta que me sangré, la comida y la saliva se me salían de la boca sin control y lo mismo pasaba cuando tomaba agua, al lavarme los dientes y cuando hablaba se me escurría todo. El doctor me dijo que se me había olvidado cómo masticar, que debía de reaprender, que no me preocupara, que era muy normal en operaciones como estas, ya que se pierden conexiones neurológicas y tardan tiempo en restablecerse, también tenía dificultad para hablar, pero al cabo de unas semanas reaprendí.
El tumor llevaba años recargado en el lóbulo ocular izquierdo y, como resultado, el ojo se queda pegado y tarda milésimas de segundo en moverse. Al no desplazarse simétricamente no enfoca simultáneamente y el resultado era que veía borroso, y cada vez que hablaba por más de cinco minutos, ambos ojos —pero más el izquierdo— me lloraban todo el tiempo.
Al día siguiente me bajaron a piso, y seguí usando el oxígeno, la botas de compresión y la sonda en el brazo, lo cual era bastante incomodó ya que cada vez que quería pararme al baño me debían de auxiliar para desconectar las botas. Pero haciendo a un lado eso, el masticar y los ojos llorosos, los primeros días los pasé sin mayores contratiempos. Eran tantos los medicamentos que me suministraban que vivía muy drogada: cada vez que cerraba los ojos me sentía en un barco, la cama se movía muy suavemente y cuando abría los ojos veía figuras en forma de flores, por toda la habitación, era una sensación muy agradable porque me sentía flotando todo el tiempo, ese movimiento me relajaba y a todo el que llegaba le describía mi experiencia: "No sé qué me están dando, pero la cama se mueve como si estuviera en un crucero y veo flores por todas partes, se siente súper fregón, está padrísimo".
Las primeras semanas tuve muchas pérdidas de conciencia; aunque yo solo recordé un par de ocasiones, así que pensé que no era grave, pero al parecer asusté a mucha gente: enfermeras, doctores y mi familia. En una ocasión quería ir al baño y una enfermera me estaba auxiliando, me recuerdo caminando al baño y de pronto ella gritándome: "No me hagas esto, Mónica, no me hagas esto".Cuando reaccioné le dije: "¿Qué te estoy haciendo?". No sé qué pasó, pero estaba prácticamente encima de ella, me había desmayado y ella sola no me podía sostener. Otras veces, de estar en la cama, despertaba sentada en el baño y ellas tocándome la puerta, preguntándome si estaba bien, pero no sabía cómo había llegado ahí.
Cuatro días después de la operación, el 26 de agosto, me realizaron una tomografía para asegurarse de que todo estuviera bien, ya que de alguna manera es normal que la herida supure, pero en mi caso era demasiado líquido y transparente, así que querían descartar que fuera líquido del cerebro, lo cual desafortunadamente confirmaron a través del estudio.
Me explicó el doctor: "Algunas veces se llega a fistular el parche, en esos casos el procedimiento es drenar el líquido de la columna hacia afuera, para que selle el parche y cierre la fístula". Así lo hicieron: el 28 de agosto me realizaron una punción lumbar. La cual consistió en introducir una aguja, a la altura media de la columna, que va a la médula espinal y de ahí drenan el líquido a una botella. Este procedimiento fue una de las cosas más dolorosas que viví en el hospital, porque se hace sin anestesia y podía sentir cómo iban metiendo la aguja, misma que dejan adentro durante todo el procedimiento, así que tenía prohibido moverme, pararme, ir al baño e incluso toser o pujar, ya que se podría mover la aguja y provocarme un daño irreversible en la columna, además de tocar terminaciones nerviosas. Entonces, además de todo lo que tenía ya conectado a mi cuerpo, me pusieron de nueva cuenta la sonda de la orina, que me habían retirado cuando me bajaron a piso.
Al no ser capaz de moverme, opté por llevar una dieta líquida para no tener que ir al baño; todo me hacían en la cama y tenía que estar en una misma posición. Ante tan alentador panorama, le pedí al doctor que me diera pastillas para dormir las 24 horas, ya que de otra manera pensaba que no iba a poder soportarlo. Afortunadamente coincidió conmigo y me mantuvieron sedada durante todo el proceso. De hecho el doctor les advirtió a mi mamá y a Yuko que por el efecto de las drogas, podía llegar a decir incoherencias o estar agresiva; en mi caso fue lo segundo.
En los siguientes once días se abrieron para mí las puertas al infierno, aprendí un nuevo significado de dolor: es lo más intenso que he experimentado en toda mi vida, nunca imaginé que mi cuerpo fuera capaz de soportar tanto dolor físico y sobre todo ver cómo ese dolor transformó y cambió mi personalidad, estaba inestable y agresiva.Hoy estoy convencida de que el dolor extremo cambia radicalmente la conducta de las personas.
Mi estado de ánimo era volátil la mayor parte del tiempo, pasaba del enojo a la tristeza en segundos; gritaba, lloraba, maldecía; el dolor estaba haciendo verdaderos estragos en mí y, al no poder moverme, me empezaron a dar calambres en la espalda y las piernas, ni las botas de comprensión parecían ayudar, por lo que les exigía a mi mamá y a Yuko que me dieran masajes aún en contra de la recomendación del doctor de no moverme bajo ninguna circunstancia y, si se rehusaban, me ponía agresiva, les gritaba y empezaba a llorar hasta que accedían. No quería ver a nadie, ni recibir visitas, el mantener un cierto grado de atención y el sonido de sus voces, me dejaban agotada por horas.
En un punto realmente creí que no iba a poder soportarlo más, me estaba rindiendo, ¡ya no quería más, ya no podía más!Para mí no tenía sentido vivir así, no era humano, así que cuando el doctor fue a verme le dije: "Si usted piensa que no me voy a componer, ¡por favor, por favor, deme algo para acabar con esto! Deme algo para morir, ya no lo soporto, ya no quiero, no creo poder seguir soportando este dolor, acabemos con esto de una vez, ya no puedo, doctor". Estaba tan drogada que no recuerdo su respuesta, pero supongo que me dio el avión, porque aquí estoy.
Todo era confuso para mi, por los calmantes, sin poderme mover pasaba la mayor parte del tiempo drogada-dormida, seguía con severas pérdidas de conciencia, me decían que estaba platicando algo y de pronto, en un segundo, empezaba a roncar, y de estar profundamente dormida en un segundo despertaba llorando o empezaba a hablar. No quería comer, solo tomaba jugos, gelatinas, tés y Yuko me traía a escondidas paletas de limón y café, este último lo tenía prohibido.
Doctores, enfermeras, mi mamá y Yuko me pedían, me suplicaban que no me moviera, pero los calambres y el dolor eran tan fuertes que no me importaba, a todos les respondía furiosa: "Para ustedes es muy fácil decir eso, '¡No te muevas!', pero no saben lo que yo estoy sintiendo ni el dolor que estoy viviendo, así que no me digan qué hacer", e inmediatamente empezaba a llorar y a decir que me quería morir, que por favor alguien me ayudara. Me alteraba tanto que en varias ocasiones me tuvieron que dar más sedantes o pastillas para el dolor porque no paraba de gritar y llorar. En uno de esos ataques de ira, por moverme se me salió la sonda que iba de la espalda a la botella, inmediatamente acudieron a colocarla de nuevo porque se podía contaminar; afortunadamente al cabo de media hora la pudieron colocar de nuevo. Además, mi cuerpo estaba rechazando la sonda del brazo por lo que para ese tiempo ya llevaba más de cinco canalizaciones en los brazos.
Finalmente, el 7 de septiembre, después de once tortuosos y agonizantes días, me retiraron la aguja de la columna y la sonda de la orina. El doctor, optimista, dijo que la herida se veía seca y que solo me quedaría en observación de 24 a 48 horas y que, si todo salía bien, podía irme a casa. Al día siguiente, por fin me bañé en la regadera después de quince días, me sentaron un rato en el reposet, le pedí a mi mamá que me llevara al baño pero al tratar de pararme sentí debilidad en las piernas… lo siguiente que recuerdo es a dos camilleros, dos enfermeras, mi mamá y Yuko, alrededor de mí, viéndome con cara de angustia: había perdido la conciencia y me había ido encima de mi mamá.
Debido al desmayo, en la noche el doctor me pidió que caminara un poco y que si todo estaba bien, me daría de alta, pero nada salió bien. Al día siguiente, después de bañarme, nuevamente me empezó a drenar líquido de la herida; en ese mismo instante me revisó el doctor y al ver su cara supe que las malas noticias continuarían —estaba aprendiendo a leer su rostro, su semblante—, así que fue al grano: "Desafortunadamente, la punción lumbar no funcionó. Créeme, realmente lamento por todo el dolor por el que has pasado en los últimos días, pero debo operarte nuevamente".
"¿Quéééé!, ¿Cómo!". No daba crédito a lo que acababa de decirme. "¿Es enserio!¿Otra cirugía!", toda esa ira contenida de los últimos días estalló en un segundo y le grité: "¡Cómo, me dice esto? ¡Después de todo lo que pasé!". Estaba histérica e incontrolable, no paraba de decirle: "Usted no tiene ni idea por todo el sufrimiento que me ha hecho pasar y ahora me dice que fue en vano y que me tiene que operar otra vez". Trató de tranquilizarme diciéndome: "Te entiendo". Le grité: "¡No!¡No!¡No, usted no entiende! No entiende lo que es estar en una cama sin poderse mover ni comer ni nada y lidiar con esos dolores…". No me dijo nada, pero se veía profundamente afectado y vi que se le llenaron los ojos de lágrimas y lo único que dijo fue: "Lo siento mucho, pero se tiene que hacer", y salió de la habitación.
Estaba devastada, justo en ese momento comprendí lo que era una operación de cerebro, la gravedad y sus consecuencias, sus palabras "si todo sale bien" aún después de la operación yo estaba muy confiada y los días posteriores antes de la punción lumbar, realmente creí que iba a salir pronto y al no tener gran dolor pensé que me iba a recuperar rápido y volvería a mi vida normal en un par de semanas. No podía estar más alejada de la realidad: ni iba a salir ni me iba a recuperar pronto, de hecho, estaba a horas de someterme a una segunda operación y ya llevaba veinte días en el hospital, cuando se suponía que solo iba a estar siete. La operación estaba programada de emergencia para el día siguiente, el doctor no quiso esperar un día más.