Recuperándome en pandemia – Fortaleza

A días de hacerme los estudios de control a principios de abril, entramos en cuarentena por el COVID, así que no tenía permitido ir al hospital a menos que fuera urgente. Afortunadamente, muchos de los malestares físicos habían desaparecido. Ciertos olores de la comida aún me provocaban náuseas, no podía comer carne, algunas verduras y, principalmente, cosas saladas. El hipo se espació cada vez más y por la retención de líquidos, había recuperado seis de los once kilos que había perdido. Algunos días no eran los mejores, pero podía ver grandes avances en mi recuperación física.

Sin embargo, aparecieron otros malestares físicos. Especialmente por las mañanas, sentía como si tuviera agua en los oídos y los sonidos fuertes me molestaban todo el tiempo. Por las tardes me salían ronchas como piquetes de moscos y me daban muchísima comezón, básicamente en brazos, espalda y cuello, y al día siguiente desaparecían. En las mañanas, cuando me paraba de la cama, me dolían muchísimo las plantas de los pies, manos y articulaciones. En el trabajo no hubo ningún cambio: después de cinco o seis horas, seguían los dolores de cabeza y cráneo, me lloraban los ojos y veía borroso, me regresaron los dolores en espalda baja y hombros (resultado de mis hernias discales), y si pasaba mucho tiempo sentada, al pararme me daban calambres en la entrepierna, así que terminaba extremadamente agotada y me acostaba un rato.

El hoyo de la nuca incrementó su profundidad, según el doctor era bueno porque significaba que el quiste seguía reduciendo su tamaño. En las mañanas, al levantarme, lo sumido en la nuca casi no se percibía, pero al pasar las horas se sumía cada vez más y alcanzaba su punto máximo en la noche. Supongo que por el efecto de la gravedad. Y la cicatriz había sanado por completo.

Lo que me inquietaba era mi falta de equilibro: contrario a lo que esperaba, en lugar de mejorar, empeoró. Cuando cambié las caminatas por el baile, descubrí que no tenía coordinación del lado izquierdo, me costaba mucho trabajo mantener el ritmo entre ambos lados o perdía el balance o me iba hacia atrás. Mi mente tenía claros los pasos y el ritmo, pero mi cuerpo no.

Asimismo, cada vez que me sentaba sin moverme de la cintura hacia arriba, mi cuerpo se movía involuntariamente en círculos. Era algo muy sutil y poco perceptible, a diferencia de cuando estaba parada con los pies juntos: ahí de plano me iba hacia atrás y el movimiento era mucho más notorio. Así que al pararme buscaba donde apoyarme o movía constantemente los pies y así controlaba mejor el equilibrio. Esto me hacía sentir que no tenía control alguno sobre mi cuerpo.

Cuando me agachaba o inclinaba la cabeza hacia atrás o adelante: me ganaba el peso e invariablemente me caía. Sentía como si tuviera pegada una pesa a la cabeza y era incapaz de controlar mi propio peso. Era como un bebé que pasa la mayor parte del tiempo balanceándose y cayéndose. Por las mañanas mi cerebro parecía no reaccionar, por lo que tenía que poner especial atención cuando caminaba o agarraba objetos, ya que de no hacerlo me tropezaba o tiraba las cosas.

En abril volvimos al encierro por la cuarentena, así que para entonces llevaba prácticamente nueve meses de no salir, ni ver gente. Aunque mucha gente se quejaba y lamentaba por el confinamiento, para mí fue una bendición, ya que me recuperé mejor. Vivir sola me ayudó a controlar mis tiempos, los ruidos, las horas de sueño, descansos y comidas, pero sobre todo a desahogarme por horas sin que nadie tratara de consolarme, reconciliándome finalmente con una parte de mí.

Mi enojo y frustración disminuyeron, dejé de cuestionarme "¿Por qué yo? Y dejé de culpar al Universo por su castigo divino. ¡No, no hice nada para merecer esto y no es ningún castigo divino!. Es algo que tenía que vivir y, gracias a ello, sé que se está gestando una nueva versión de mí, más amorosa, más tranquila. A través del dolor hoy me doy cuenta de que soy más empática con el otro y con sus experiencias vividas. "Porque solo cuando uno vive el dolor de manera tan profunda, es que puede ver y entender el dolor en el otro".